lunes, 6 de enero de 2014

miércoles, 1 de enero de 2014

LA DECISIÓN DEFINITIVA

CAPÍTULO OCTAVO

LA DECISIÓN DEFINITIVA

Mientras una especie de tormenta ocurre en mi vida personal debido a la muerte de la tía de mi mujer y la enfermedad de mi vecino, mi situación en la iglesia evangélica es lógicamente cada vez mas extraña. Como dije antes, ya sólo estoy acudiendo el domingo muy temprano a orar con 3 hermanos normalmente, y luego me voy antes de que empiecen los cultos. El domingo 5 de septiembre de 2004 ocurrió algo insólito, cuando ante una charla con un hermano, me confiesa que ya no creía en la iglesia evangélica, y ante mi pregunta de si era protestante, me dijo que no. A la semana siguiente nos vemos durante dos horas en la mañana para orar y hablar de la fe, las obras, la iglesia, etc. El domingo 12 de septiembre se produce el detonante que me “ayuda” desprenderme de la iglesia evangélica. Hay un hermano que había estado dos o tres semanas insinuándome de forma sutil que me tenía que congregar en la Iglesia, hasta que aquel día saltó el problema cuando ante su insinuación yo no pude tener paciencia y le saqué el pensamiento de la cabeza, hasta que me lo confesó. En su preocupación estaba que yo no me estaba congregando y que podía alejarme de Dios. Aquel día tomé la decisión de no volver, pero no quería perder el contacto con los hermanos, si Dios me lo concedía. Porque les amo a todos.[1]
    El 15 de septiembre de 2004 decidí dar el paso de ir a hablar con un sacerdote para confesarle mi situación de los últimos tiempos y poner los medios para reconciliarme con la Iglesia. Es decir, fui a confesarme, y reconozco que no sabía ni cómo hacerlo. Mi mujer siguió mis pasos al día siguiente. Don Atanasio, el párroco me regaló el catecismo de la Iglesia, y me lo dedicó: “a mi buen amigo Francisco Javier”, profecía de lo que va a ocurrir en los próximos años, convirtiéndose el sacerdote en mi mejor amigo y hermano.
    Comencé a leerlo, y estamos esforzándonos por hacer las cosas correctamente delante de Dios. Que el Señor nos ayude y nos conceda la gracia de disfrutar del gozo de la salvación.



[1] Un deseo que no se pudo realizar más adelante.